Cuando me siento mal (emocionalmente hablando) me desahogo escribiendo, he aquí una historia como resultado:
Aún viene a mi memoria perfectamente el día y la hora, podría apostar incluso el saber lo que ambos vestíamos en ese momento, cada detalle y cada palabra en nuestra charla; no creo dejar escapar recuerdo alguno.
Comenzó como algo normal (aunque ambos sabemos que detestamos ese concepto), algunos toques de comedia en nuestros comentarios eran coronados con tiernos besos, como muestras de aceptación. Yo pensaba, ingenuamente, que vivíamos el clímax del encuentro y quizá ese pensamiento me distrajo, me hizo pronunciar una frase sin pensar.
"No estoy de acuerdo", fue tu reacción inmediata. Intenté arreglar las cosas, aludiendo un poco de torpeza pero al mismo tiempo tratando de hacerte ver que mi idea valía la pena ser defendida. Creo que es la desventaja de que ambos amemos estar en lo correcto.
La lluvia de argumentos comenzó a caer como diluvio, todos válidos (a mi parecer) pero algunos sesgados por la opinión personal, por la experiencia propia. Lo que había comenzado como una pequeña plática empezó a mutar en una discusión desenfrenada, caótica y sin un rumbo definido; cada quien cuidaba sus palabras y analizaba las del otro, buscábamos puntos de refuerzo y debilidad. Finalmente el tono del presunto debate tomo tintes personales, las emociones habían entrado al juego.
Ambos conocíamos lo suficiente el uno del otro como para herirnos; no sólo eso, colocamos el dedo en la llaga más de una vez con el objetivo de terminar, salir victoriosos. Nuestro orgullo arrancó cualquier indicio de raciocinio y empatía.
"¡Basta! ¡Me largo!", fue pronunciado al unísono por nuestros labios (irónico que eso haya sido nuestra coincidencia de ideas); nos dimos la espalda y emprendimos camino hacia el destino que nos correspondía.
Destino, la razón por la cual estoy aquí contándote todo esto y creo que tanto tú como yo estamos de acuerdo en que esa discusión, comparada con otros eventos, era una pendejada. No debimos tomarla tan personal, nada ganamos, el objetivo era solamente probar que somos diferentes en nuestra forma de pensar, que a pesar de eso podemos seguir amándonos.
Sí, vengo a pedirte perdón. Te lo pido sinceramente susurrándote al oído mientras acaricio tu mano, tu helada mano a causa de tu ahora inexistente respiración.
Lo siento.